¿Para quién escribo? Distorsiones cognitivas incluidas.



Foto de Irena Davila




    
    No sé si habéis tenido tiempo de leer el capítulo tercero del libro de David Burn, Sentirse bien, como recomendaba en la página de libros de  Emolectura, pero no importa, si no es así.


      Tal vez os preguntéis qué tiene que ver este libro, que es un método para curar la depresión desde la modificación de ciertos pensamientos dañinos, con la educación y la enseñanza. Lo cierto es que aprendemos desde el interés, desde la atención y la gratificación de que aquello que estamos haciendo nos reconforta, nos hace felices. La enseñanza implica una compleja relación humana en la que intervienen personas, personas que, hasta con la mejor voluntad del mundo, pueden equivocarse.

         Es necesario ser conscientes de todo aquello que pensamos y, en consecuencia, sentimos, cuando entramos en un aula, porque estamos en el punto de mira, porque somos un modelo, un guía, o eso, es lo que deberíamos ser. Por desgracia, somos humanos y, justamente por ello, recomiendo que aprendamos de memoria las distorsiones cognitivas que podemos cometer con una clase, con un alumno en un momento determinado, porque nuestros pensamientos sobre él, nuestros sentimientos, en consecuencia, deben ser en todo momento y circunstancia positivos. De otro modo, podríamos estar cerrando puertas que no debemos jamás cerrar. Además, debemos ayudar a los chicos a no cometerlas.

     Las distorsiones cognitivas son percepciones que no se ajustan a la realidad de aquello que vemos o experimentamos y que imprimen con un filtro negativo la realidad. Siento tener que decirlo, pero, por desgracia, he oído en demasiadas ocasiones a profesores y a padres comentarios como: "es que es un vago", "no hace nada"... "no hace nada ni lo hará".

     Pues bien, cuando entramos en un aula, en realidad, hay un grupo de personas que están en una etapa de la vida diferente a la nuestra y que deberíamos entender o preocuparnos por comprender, pues ya hemos pasado por ella. Nuestra obligación primera es conocer en profundidad a los seres humanos con los que trabajamos o que representan el objeto de nuestro trabajo. Estamos ahí para apoyarlos en todo momento, para mostrarles el camino del aprendizaje desde la satisfacción ante el logro. Nuestro trabajo es adaptar cada tarea a cada ser humano que tenemos delante, para que, desde su capacidad, su interés, sus expectativas, sea capaz de alcanzar el máximo, que es lo que se merece.

     David Burn habla de diez distorsiones cognitivas que cometemos todos en mayor o menor medida. Solo cuando nos invaden masivamente, nos llevan a la depresión. Las cometemos tanto profesores como padres o alumnos. Las cito someramente con algunos ejemplos adaptados a la realidad de la enseñanza-aprendizaje:

     1. Pensamiento todo o nada. Me he dejado un ejercicio sin hacer en el examen, seguro que he suspendido. Este chico no me ha traído el cuaderno, no hace nada. No me entero de nada.
     2. Generalización excesiva. He suspendido matemáticas, no sirvo para estudiar.
     3. Filtro mental. El profe de física no me ha saludado...
     4. Descalificación de lo positivo. Solo me salen algunos ejercicios.
     5. Conclusiones apresuradas: lectura de pensamiento y el error del adivino. No piensa estudiar y no hará nada en todo el curso.
     6. Magnificación (catástrofe) o minimización. Los chicos de hoy no piensan.
     7. Razonamiento emocional. Siento que no me escuchan, que no atienden en esa clase.
     8. Enunciación debería. Los alumnos de hoy deberían estudiar más, hacer los deberes todos los días...
     9. Etiquetación y etiquetación errónea. Es un vago.
     10. Personalización. 

     Por supuesto, este tipo de pensamiento es el que invade a una persona que está en depresión o entrando en ella, por ello, los ejemplos que se aducen son aproximados a lo que alumnos o profesores pueden pensar en momentos determinados y de manera aislada. El problema es que cualquiera de estos pensamientos, por aislados que sean, pueden tener consecuencias nefastas.

     Los chicos deciden el mismo día en que nos conocen cuáles son las expectativas de aprobar que tienen, si van a escucharnos o no, si están dispuestos a esforzarse... Nosotros somos dueños de la situación o deberíamos aprender a serlo. Tenemos en nuestra mano el poder de cambiar sus ideas sobre nosotros, sobre la asignatura, sobre lo que es aprender. Nuestro interés por ellos se convertirá en su interés por nosotros y por lo que explicamos. Nuestro respeto por ellos, será su respeto hacia nosotros. Nuestra ayuda y guía, será nuestra mayor recompensa junto con su trabajo y su cariño.

     Justo antes de entrar en un aula, respiro profundamente y limpio mi alma, la vacío de tristeza, de preocupación y siento la magia de los chicos que me esperan, la magia de su juventud, de su ímpetu, de sus opiniones, de su presencia. Si no eres capaz de querer a tus alumnos, ¿puedes amar tu profesión? ¿puedes realizarla como se merecen tus alumnos?

     Es posible que molesten porque se aburren, que no se interesen porque están perdidos, porque nadie les ha enseñado qué venimos a hacer de verdad, pero no olvidemos nunca que el mayor regalo de nuestra profesión son ellos, con sus virtudes y sus defectos, con sus grandes capacidades y sus carencias, porque, si no nos necesitaran, no existiría nuestra profesión.

     Lo que pensamos es lo que sentimos, si pensamos de manera negativa sobre los alumnos o los grupos nos sentiremos mal mientras enseñamos y enseñar y aprender debe ser una cadena de instantes de felicidad.

     Para finalizar me gustaría contar una pequeña anécdota que me ocurrió el curso pasado cuando me ocupaba de la Biblioteca en los recreos. Uno de los días tenía examen y llegué un poco más tarde. Al entrar, me encontré una "jauría" de gritos. Todos hablaban sin parar y estaban entrando en una especie de escalada de volumen imparable. Respiré hondo, para cargar de energía positiva y tranquilidad todo mi cuerpo y mi mente. Me puse en un lugar central donde todos podían verme y dije unas frases de modo suave, como si fuera un poema, la letra de una canción y, de manera súbita, se hizo el silencio, todos dejaron de hablar y comenzaron a escuchar lo que les decía. Paré de hablar y se mantuvo el silencio. Solo alteré la energía de la sala. No eran una jauría, no querían serlo, pero no sabían salir de ese estado. Mi compañera se quedó muy sorprendida y me pidió que le explicara cómo lo había hecho. Sentimos lo que pensamos, y transmitimos lo que pensamos y sentimos... somos solo energía que fluye. Los estados de ánimo se contagian como indica Goleman en su obra Inteligencia emocional.

     No cometamos la ingenuidad de pensar que nuestros chicos no detectan el interés que ponemos en lo que hacemos, nuestra energía nos conecta con ellos. No tengas miedo a querer a tus alumnos... nosotros mismos hemos sido alumnos... nuestros hijos son alumnos y un día nuestros chicos serán nuestros médicos, nuestros ingenieros, abogados... Miremos más allá de la sociedad mercantil y comprenderemos que no diferimos mucho de una tribu en la que se recibe cuanto se da.

    No lo olvides: respira hondo antes de entrar, vacía tu negatividad, sé feliz y aprecia a tus chicos. A partir de ahí el aprendizaje fluirá, vive intensamente cada instante de tus clases, emociónate, sé feliz.

Comentarios

Entradas populares