Más allá de las palabras: Le Petit Prince de Antoine de Saint-Exupèry.
Hace tan solo unos días leía unos comentarios en la red sobre El Principito (Le Petit Prince de Antoine de Saint-Exupéry), en el que se decía que "era uno de los libros más leídos porque se obligaba a los niños a leerlo en los colegios, ya que, realmente era solo un cuento". No he podido dejar pasar esos comentarios porque en la Emolectura, si sabes leer, puedes aprender todo aquello que desees; si sabes realmente leer, puedes comprender el mundo y a los demás. Llamarnos "seres humanos" pasa por tener consciencia de lo que nos rodea y empatizar con los demás, comprender el mundo y a nuestros semejantes. Y saber leer, es, además, distinguir un clásico de una lectura cualquiera.
Leer abarca muchas actividades mentales y orales. Podemos decir que es pasar los ojos por unos símbolos y ser capaz de reconocerlos. Si los puedes vocalizar en voz alta, has comenzado a leer; si eres capaz de leer y no vocalizar, ni realizar ningún movimiento inconsciente con tu boca o garganta, ya sabes leer un poco mejor; si contestas correctamente una serie de cuestiones sobre lo leído, por ejemplo, en el caso de la narración, sobre los personajes, el tiempo, el espacio, el tema... puedes decir que dominas la lectura superficial. Pero aún te queda un largo camino hasta la comprensión profunda del texto, hasta su asimilación como un parte más de tu conocimiento con el que serás capaz de construir otros textos y relacionar otras ideas que te lleven a la comprensión del texto para tu vida y tus relaciones con los demás.
Pero leer no es solo comprender, es interpretar y trasladar lo leído a tu mundo vital. Hace muchos años regalé a mi sobrina este libro y en su dedicatoria le explicaba que, al leerlo de niña, entendería que era una bonita historia de amistad, de amor, de superación... Cuando cumpliera los dieciséis entendería la crítica al mundo que engendraba y, si lo leía de adulta, llegaría hasta el fondo de su simbolismo y su verdad universal. Por todo ello, es un clásico, y no es un clásico por el número de ejemplares vendidos, ni por el número de traducciones que se hayan hecho. Es un clásico porque en cualquier lugar del mundo y en cualquier momento que se lea, los valores que transmite pueden llegar a todo ser humano.
Un día me indicaron mis alumnos, con respecto a este libro, que si no podíamos saber lo que estaba pensando el autor al escribirlo, nunca sabríamos su verdadero significado. Yo les respondí que todo texto es plurisignificativo, que sería muy triste si solo pudiéramos entender la Literatura desde la circunstancia concreta en que fue escrita. Eso es solo una parte de todo lo que la Literatura nos puede regalar. Es más, con cada lectura de una misma obra, en distintos momentos de nuestra vida, podemos llegar a comprender más matices, encontrar consuelo a nuestra circunstancia vital o descubrir nuevos valores. Justamente eso es lo que hace de un libro, un clásico.
Comprender El Principito no es saber los personajes, quién narra la historia, ni siquiera saber lo que simboliza cada uno de ellos, pues, esto lo puede hacer un niño en sus primeras etapas de lectura. Comprender esta obra es entender cómo funciona gran parte de nuestro mundo actual o pasado; discernir entre la superficie y el fondo del universo que nos envuelve; superar los meros significados de las palabras para tomar el puerto de su valor conjunto en nuestro contexto. Comprender es interpretar y asumir ideas de otros para construir en nuestro pensamiento opiniones y valoraciones originales y creativas desde lo que nos ha suscitado la lectura.
Cuando pides esto a los chicos, no entienden lo que deseas. Les cuesta llegar a este nivel de comprensión, pero cuando lo alcanzan, sus resultados mejoran en todo lo que aprenden, porque entienden que "aprender" es "aprender" y no localizar mecánicamente elementos en un texto, no reproducir lo que se supone que quiso decir el autor superficialmente o, en otros contextos, reproducir de memoria unas operaciones. Leer es trascender las palabras para construir un universo de significación que se puede aplicar a otras muchas realidades, más allá de la interpretación inicial que podemos entender desde la realidad en que fue escrita por el autor.
Cualesquiera de los personajes o sucesos de la obra nos puede llevar a escribir un nuevo libro de valores e interpretaciones. Siempre les digo a mis chicos que en la Literatura se encierra un profundo conocimiento del ser humano, que muchos de los descubrimientos en Neurociencia de la actualidad constatan lo que las obras de la Literatura universal ya nos habían señalado. Por ejemplo, partiendo de esta obra (El Principito) voy a extraer algunas ideas que nos pueden ayudar a comprender cómo la Literatura trasciende el mero significado literario y nos traslada a la comprensión del mundo y del propio ser humano desde muchas vertientes.
La obra comienza con el aviador, que es el narrador, el hilo conductor de la historia y la conexión con el autor. A los seis años descubre que los adultos no pueden comprender lo que dibuja, la percepción del mundo de los adultos y su propia percepción está demasiado alejada de su visión de la realidad. Justamente, esto es una de las ideas fundamentales que nos trasmite el libro de Daniel J. Siegel: Disciplina sin lágrimas, que ya habíamos comentado en otras ocasiones. Nuestro desconocimiento de cómo funciona el pensamiento del niño nos aleja de él, nos hace subestimar su mundo interior y entablar un diálogo equivocado con él en muchas ocasiones.
Un poco más adelante en la obra, no solo no se aprecia el dibujo del narrador, sino que se le insta a que estudie geografía, historia, cálculo y gramática. Es curioso como, en muchas ocasiones, privamos a los niños de ser niños, les pedimos que actúen como adultos responsables, que se dejen de hacer dibujos, de jugar y se centren en lo habrán de ser quince o veinte años después. En ese momento, la crítica de Saint-Exupéry a la negación de la infancia, al desprecio de los adultos al mundo vital del niño es una manera clásica de cómo se ha llevado la educación a lo largo de todo el siglo XX. Afortunadamente, los fracasos del pasado nos abren los ojos a otros modos de ver la educación y a los niños.
El aviador hizo caso y, por eso, nunca aprendió a dibujar y esto nos lleva a reflexionar sobre las cosas que no hicimos porque se suponía que no eran necesarias, las cosas que se frustraron en pro de aquellas que nos llevarían a una vida de provecho. Por eso, se siente solo, porque sigue en su mundo especial, que pocos pueden comprender. Hoy nos dicen que el éxito radica en seguir tu instinto, en no renunciar a nuestras pasiones, a encontrar aquello para lo que hemos nacido y nos hace felices. Hoy la felicidad se busca con más ímpetu porque se ha vuelto tan necesaria e importante como nuestro sustento. El aviador vive solo porque no encuentra personas capaces de ver el mundo desde otros puntos de vista, parece que la visión del mundo es homogénea, no hay juicio crítico, creatividad, originalidad. Todas estas actitudes están vetadas para los adultos. Tal vez, la geografía, la historia, el cálculo y la gramática demasiado tempranas, las asesinaron.
Su siguiente dibujo, tras muchos años, es el cordero que le pide el Principito, él es capaz de intuir que el cordero está enfermo o demasiado viejo, porque es capaz de mirar con la imaginación, con los ojos de alguien que no ve lo que nos dicen que debemos ver o lo que se supone que debe verse. Aquí se nos insta a mirar más allá de lo que en apariencia se muestra, mirar más allá de la superficie.
El planeta del Principito es muy pequeño, tal vez porque su mundo es pequeño, su visión de las cosas es pequeña. Las cosas pequeñas ni siquiera tienen nombre, por eso, su planeta solo es un número, B612 y solo cuando su descubridor, el astrónomo turco, se sometió a las leyes de la apariencia internacional, tuvo la atención requerida. Es curioso que muchos años después de escribir esta obra se descubrió que Plutón era un planeta pequeño junto a otros muchos planetas pequeños, a los que llamaron "enanos" y, como no se podía dar nombre a los miles de pequeños planetas que lo rodean, se decidió que se llamaría a todos ellos objetos trasneptunianos. Este hecho, que se produjo en 2006, despertó la reacción popular, pues, aquello que hemos estudiado como una verdad científica no podemos cambiarlo así como así. Pero la ciencia, como acabamos de ver, también está sujeta a la apariencia. La ciencia se une al prestigio y el prestigio a la apariencia. Ambos pueden servir a la ciencia o a otras causas... la crítica puede ser muy profunda.
El Principito se va de su planeta porque no puede comprender a la rosa, la ama, pero no puede
establecer una relación normal con ella. Podemos ver en la rosa la contradicción de la mujer, pero no solo eso, la rosa es la debilidad, la fragilidad, la dependencia y la posesión. La rosa puede llegar a ser en algunos momentos un trasunto de una personalidad tóxica o simplemente la metáfora de la inmadurez del Principito en las relaciones humanas, ya que se queda en las palabras que le dice la rosa y no en el sentido profundo de lo que la rosa quiere transmitir con ellas. Tal vez el Principito debía aprender a escuchar más allá de las palabras y a ver más allá de lo que en primera instancia percibía. Podemos entender la rosa como la necesidad de desarrollar nuestra inteligencia emocional para tratar los conflictos con los demás. Poco a poco él descubre cómo debe tratar a su rosa, pues la rosa es como es y parece casi imposible cambiar su condición. Por tanto, no pretendas cambiar a los demás, simplemente, encuentra el modo de llegar a ellos desde su carácter.
Cuando descubre que existían más rosas, se decepciona porque no entiende que cada persona es única, aunque haya muchas otras iguales o parecidas, lo que las personas son para nosotros es único, porque depende de la relación que hayamos entablado con ellas, de los sentimientos que tengamos hacia ellas. Aquí podemos introducir el bello concepto de "domesticar" en el sentido de amistad. El zorro se deja domesticar como metáfora de que todos nosotros, por fieros que podamos parecer, somos susceptibles de ser domesticados, de desarrollar sentimientos de amistad, afecto y cariño hacia otros. El Principito se vuelve un verdadero tratado de empatía en cuanto que nos enseña que el mundo es único, pero que hay tantos modos de verlo como almas que lo miran. Y de ahí surgen todo el conjunto de personajes que introducen la crítica a muchas profesiones y modos de vida.
Podríamos seguir infinitamente con el rey que solo sabe dar órdenes, el alcohólico que está obsesionado y enfermo, el geógrafo, el banquero... e ir dando una versión nueva y fresca de lo que el autor quiso transmitir y mirarlo desde el siglo XXI con el coaching, el liderazgo extraordinario, el consumismo, el capitalismo... Lo cierto es que el contenido de un texto clásico como El Principito puede analizarse desde tantos puntos de vista como lecturas se hagan de la obra. Cada uno puede encontrar muchas respuestas para sus preguntas vitales.
Un día como hoy yo me quedo con la empatía. Todos tenemos nuestros defectos, nuestras manías, nuestras ideas... podemos ser más sociables o menos, más simpáticos, cercanos, accesibles, podemos creer ciegamente en ideas peregrinas, pero si miramos a los otros seres humanos como a nosotros mismos, si somos capaces de salir de nuestra percepción, de nuestra sagrada visión del mundo e intentar comprender a los demás, habremos dado el primer paso para llegar a un entendimiento, o al menos, a la mutua tolerancia.
La obra comienza con el aviador, que es el narrador, el hilo conductor de la historia y la conexión con el autor. A los seis años descubre que los adultos no pueden comprender lo que dibuja, la percepción del mundo de los adultos y su propia percepción está demasiado alejada de su visión de la realidad. Justamente, esto es una de las ideas fundamentales que nos trasmite el libro de Daniel J. Siegel: Disciplina sin lágrimas, que ya habíamos comentado en otras ocasiones. Nuestro desconocimiento de cómo funciona el pensamiento del niño nos aleja de él, nos hace subestimar su mundo interior y entablar un diálogo equivocado con él en muchas ocasiones.
Un poco más adelante en la obra, no solo no se aprecia el dibujo del narrador, sino que se le insta a que estudie geografía, historia, cálculo y gramática. Es curioso como, en muchas ocasiones, privamos a los niños de ser niños, les pedimos que actúen como adultos responsables, que se dejen de hacer dibujos, de jugar y se centren en lo habrán de ser quince o veinte años después. En ese momento, la crítica de Saint-Exupéry a la negación de la infancia, al desprecio de los adultos al mundo vital del niño es una manera clásica de cómo se ha llevado la educación a lo largo de todo el siglo XX. Afortunadamente, los fracasos del pasado nos abren los ojos a otros modos de ver la educación y a los niños.
El aviador hizo caso y, por eso, nunca aprendió a dibujar y esto nos lleva a reflexionar sobre las cosas que no hicimos porque se suponía que no eran necesarias, las cosas que se frustraron en pro de aquellas que nos llevarían a una vida de provecho. Por eso, se siente solo, porque sigue en su mundo especial, que pocos pueden comprender. Hoy nos dicen que el éxito radica en seguir tu instinto, en no renunciar a nuestras pasiones, a encontrar aquello para lo que hemos nacido y nos hace felices. Hoy la felicidad se busca con más ímpetu porque se ha vuelto tan necesaria e importante como nuestro sustento. El aviador vive solo porque no encuentra personas capaces de ver el mundo desde otros puntos de vista, parece que la visión del mundo es homogénea, no hay juicio crítico, creatividad, originalidad. Todas estas actitudes están vetadas para los adultos. Tal vez, la geografía, la historia, el cálculo y la gramática demasiado tempranas, las asesinaron.
Su siguiente dibujo, tras muchos años, es el cordero que le pide el Principito, él es capaz de intuir que el cordero está enfermo o demasiado viejo, porque es capaz de mirar con la imaginación, con los ojos de alguien que no ve lo que nos dicen que debemos ver o lo que se supone que debe verse. Aquí se nos insta a mirar más allá de lo que en apariencia se muestra, mirar más allá de la superficie.
El planeta del Principito es muy pequeño, tal vez porque su mundo es pequeño, su visión de las cosas es pequeña. Las cosas pequeñas ni siquiera tienen nombre, por eso, su planeta solo es un número, B612 y solo cuando su descubridor, el astrónomo turco, se sometió a las leyes de la apariencia internacional, tuvo la atención requerida. Es curioso que muchos años después de escribir esta obra se descubrió que Plutón era un planeta pequeño junto a otros muchos planetas pequeños, a los que llamaron "enanos" y, como no se podía dar nombre a los miles de pequeños planetas que lo rodean, se decidió que se llamaría a todos ellos objetos trasneptunianos. Este hecho, que se produjo en 2006, despertó la reacción popular, pues, aquello que hemos estudiado como una verdad científica no podemos cambiarlo así como así. Pero la ciencia, como acabamos de ver, también está sujeta a la apariencia. La ciencia se une al prestigio y el prestigio a la apariencia. Ambos pueden servir a la ciencia o a otras causas... la crítica puede ser muy profunda.
El Principito se va de su planeta porque no puede comprender a la rosa, la ama, pero no puede
establecer una relación normal con ella. Podemos ver en la rosa la contradicción de la mujer, pero no solo eso, la rosa es la debilidad, la fragilidad, la dependencia y la posesión. La rosa puede llegar a ser en algunos momentos un trasunto de una personalidad tóxica o simplemente la metáfora de la inmadurez del Principito en las relaciones humanas, ya que se queda en las palabras que le dice la rosa y no en el sentido profundo de lo que la rosa quiere transmitir con ellas. Tal vez el Principito debía aprender a escuchar más allá de las palabras y a ver más allá de lo que en primera instancia percibía. Podemos entender la rosa como la necesidad de desarrollar nuestra inteligencia emocional para tratar los conflictos con los demás. Poco a poco él descubre cómo debe tratar a su rosa, pues la rosa es como es y parece casi imposible cambiar su condición. Por tanto, no pretendas cambiar a los demás, simplemente, encuentra el modo de llegar a ellos desde su carácter.
Cuando descubre que existían más rosas, se decepciona porque no entiende que cada persona es única, aunque haya muchas otras iguales o parecidas, lo que las personas son para nosotros es único, porque depende de la relación que hayamos entablado con ellas, de los sentimientos que tengamos hacia ellas. Aquí podemos introducir el bello concepto de "domesticar" en el sentido de amistad. El zorro se deja domesticar como metáfora de que todos nosotros, por fieros que podamos parecer, somos susceptibles de ser domesticados, de desarrollar sentimientos de amistad, afecto y cariño hacia otros. El Principito se vuelve un verdadero tratado de empatía en cuanto que nos enseña que el mundo es único, pero que hay tantos modos de verlo como almas que lo miran. Y de ahí surgen todo el conjunto de personajes que introducen la crítica a muchas profesiones y modos de vida.
Podríamos seguir infinitamente con el rey que solo sabe dar órdenes, el alcohólico que está obsesionado y enfermo, el geógrafo, el banquero... e ir dando una versión nueva y fresca de lo que el autor quiso transmitir y mirarlo desde el siglo XXI con el coaching, el liderazgo extraordinario, el consumismo, el capitalismo... Lo cierto es que el contenido de un texto clásico como El Principito puede analizarse desde tantos puntos de vista como lecturas se hagan de la obra. Cada uno puede encontrar muchas respuestas para sus preguntas vitales.
Un día como hoy yo me quedo con la empatía. Todos tenemos nuestros defectos, nuestras manías, nuestras ideas... podemos ser más sociables o menos, más simpáticos, cercanos, accesibles, podemos creer ciegamente en ideas peregrinas, pero si miramos a los otros seres humanos como a nosotros mismos, si somos capaces de salir de nuestra percepción, de nuestra sagrada visión del mundo e intentar comprender a los demás, habremos dado el primer paso para llegar a un entendimiento, o al menos, a la mutua tolerancia.
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