Emolectura: "dadme un punto fijo y moveré el mundo". Arquímedes.

Foto de Olivier Fahrni

    El hombre aprendió a cazar con herramientas, descubrió el fuego; comprendió cómo cultivar y dejó la vida nómada, y vio que era bueno; aunque algunos siguieran su camino... Inventó el trueque y adoptó jefes. Poco a poco los hombres fueron diferenciándose cada vez más por el color de su sangre o de su piel, por el dinero que obtenían de su comercio, y el hombre vio que era bueno.

     Llegó a la revolución industrial... el tiempo se convirtió en oro y el dinero ocupó un lugar fundamental en su tiempo. La producción se volvió omnipresente hasta el
punto de que era necesaria la guerra para producir más, y el hombre vio que era bueno, al menos para una parte.

     Cuando el dinero empezó a pertenecer a unos pocos, el hombre inventó el crédito para que todos pudieran comprar más... y unos pocos producir más, así, el hombre encontró el modo de conseguir lo que buscaba. Y todo era bueno, y todo era por el bien común: la producción, la justicia que se paga con el mejor abogado, la tecnología que nos proporciona una vida cómoda...

     Pero este mundo perfecto solo se desarrollaba en algunos lugares del mundo, por ello,  el hombre vio la desigualdad y parecía luchar contra ella y comenzó a enviar migajas, a dar limosna a otros países, y vio que era bueno para su conciencia. El dinero ya no era de oro ni de plata, sino un valor intangible... El poder se invistió de moral y el bien común le obligó a robar, saquear, iniciar guerras, conspirar, ocultar... así nació el estado de derecho y los escándalos cada vez que se filtraba alguno de sus defectos de funcionamiento interno... pero el hombre vio que era bueno.

     Y la "bondad" de su creación comenzó a resquebrajarse, porque los hombres con casas, con coches y con nevera no necesariamente eran más felices que los que llevaban harapos; porque los hombres con más dinero no necesariamente vivían más. Y el hombre empezó a buscar la longevidad, la salud y la felicidad.

     El siglo XXI es el siglo de la reflexión, de la reestructuración del mundo que el hombre ha creado. De pronto, la investigación científica y tecnológica plantó cara a la bondad, para decirle al hombre que, tal vez, no era verdad que lo que había creado era bueno. Nació Internet y el hombre comprendió que la más poderosa tecnología es aquella que le permite "conectar con otros seres humanos", porque estaba perdido en la ciudad. Aunque, entre nosotros, no se usa principalmente para conectar corazones, sino necesidades y empresas...

    Buscó a sus hijos, a sus alumnos pero no se encontraban en casa, ni en clase, porque habían huido..., de este modo, nacieron el absentismo y la falta de atención y el hombre tardó en darse cuenta que aquello no era bueno, pero al final lo hizo y, después de mucho tiempo, comenzó a preguntarse por qué estaban en revisión tantos sistemas educativos. Y no entendía qué estaba pasando... por qué los profesores fueron nombrados "autoridad" por ley,  cuando su autoridad había sido siempre su conocimiento y su criterio.

     Entre tanta bondad creativa, el hombre se olvidó de sí mismo, de quién era y de qué necesitaba realmente. Hemos construido sistemas educativos diseñados para responder a las necesidades de la revolución industrial, hemos uniformado las almas de nuestros alumnos y les hemos dicho que eso era bueno.

     Ante todo, hemos olvidado que somos seres sociales, emocionales y creativos. El espacio de una aula es una pequeña sociedad y el sistema de jefe que transmite a sus alumnos conocimiento académico no funciona, primero, porque mucho de ese conocimiento está al alcance de los alumnos en Internet; segundo, porque solo el conocimiento académico no nos prepara para el mundo futuro en que vivirán nuestros chavales y, tercero, porque nuestro mayor valor es la individualidad y la capacidad de crear desde esa individualidad, sin que ello quiera decir que tengamos que hacerlo solos.




     Sabemos lo que no funciona y sabemos lo que sí funciona cuando nuestros chicos salen de clase. La tecnología no es el enemigo de nuestro trabajo; abrazar la tecnología es abrazar el presente y el futuro; pero para poder incluirla en nuestras clases debemos cambiar por completo nuestro modo de entender el proceso de enseñanza-aprendizaje y no estoy hablando solo de trabajo asociativo al estilo de Marc Prensky, aunque se haya demostrado ya como un modelo de enseñanza. Me refiero a la relación entre alumnos y profesor desde la Emolectura. Incluir la tecnología no es comprar tabletas o móviles y cargarlos de aplicaciones. No cometamos la ingenuidad de creer que, si lo desean, no trucaran el sistema para hacer otras tareas, como trucan sus oídos para evadirse de las clases magistrales. Ellos son, siguiendo la terminología de Prensky, "nativos digitales", pueden ser, en el uso de determinados dispositivos y herramientas, nuestros maestros.

     Por ello, formar en el uso de la tecnología, no consiste en mostrar lo que se puede hacer con ella, aunque parezca una paradoja. Y aquellos que, de oídas, así lo pretenden solo conseguirán anunciar con luces de neón, proyectos vacíos, que no irán más allá del reconocimiento momentáneo. Los proyectos que transforman la educación no se improvisan... requieren, como nuestros chicos, años de esfuerzo, conocimiento e investigación. El tiempo, que está empezando a ser algo más que oro, les dirá que, así, no era bueno.

      Durante años y todavía hoy, se ha vetado el uso de móviles en los centros educativos y, mientras no se cambie la relación social y humana en las clases, introducir las tabletas o los móviles llenos de cortafuegos y bloqueos es simplemente vestir el mismo traje, un poco más caro, más cómodo...

     La herramienta no construye la educación, la facilita, siempre y cuando se hayan sentado las bases. Si no nos sentimos seguros o cómodos dando nuestro número de móvil a los alumnos, entonces es que no estamos preparados para introducir los móviles en nuestras clases.

     Esto no quiere decir que esté en contra de ellos, todo lo contrario, llevo años utilizando grupos de Whatsapps con mis alumnos para hacer discursos de Oratoria, para escribir los poemas de Navidad... Hemos trabajado las wikis, los websquest, los grupos de correo electrónico, las plataformas educativas, las herramientas de mapas conceptuales, las presentaciones con Power Point, las pizarras digitales... Todas estas herramientas están presentes como fundamentales dentro del método educativo de la Emolectura, pero lo que cambiará los resultados de tu clase no son las herramientas. ¿Acaso en los centros en los que se han implantado las tabletas, los resultados han mejorado exponencialmente? ¿Si le meto a mi hijo el libro de texto en la tableta y le compro las aplicaciones educativas más eficaces será Einstein o será feliz en su vida? Lo que realmente dará lugar a una revolución educativa es la conexión con tus alumnos como seres sociales, individuales, diferentes, emocionales y tremendamente creativos. 

     La herramienta más importante en toda ecuación enseñanza-aprendizaje son los seres humanos que intervienen en ella: las personas. Y cuando digo personas, digo Psicología cognitiva (clínica y educativa), Neurociencia, Programación Neurolingüística (PNL), Inteligencia emocional (IE) y el método que las conecta a todas: Emolectura.

     Por ello, haz de la Emolectura tu punto de apoyo y cambiarás el mundo...

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