¿Desde dónde miramos? Disciplina sin lágrimas.
Hace muy poco he recomendado este texto en la página de libros de la Emolectura; por ello, me gustaría realizar aquí unas reflexiones sobre las cuestiones fundamentales que me ha regalado su lectura.
Generalmente, ante un mal comportamiento creemos que debemos reaccionar inmediatamente, sin plantearnos su origen, su razón de ser...
Pero, justamente, lo que nos recomiendan los autores de esta obra es preguntarnos por qué se produce ese comportamiento.
Lo primero que nos viene a la cabeza, casi de modo inconsciente, es que el pequeño "debería hacer esto o aquello", "debería portarse bien". Y estos pensamientos son tan absurdos como pensar que los árboles no deberían perder las hojas en otoño. Podemos pensar que las hojas manchan, que limpiarlas da mucho trabajo... o podemos imaginar que las hojas caídas son una extensión de la belleza viva y natural del árbol sobre la gris acera. Por ello, los niños se comportan como les indica su cerebro en formación, su curiosidad, su necesidad de experimentar y conocer... pero realmente ¿existe el mal comportamiento? Como dicen los autores, "en la naturaleza no hay castigos, solo consecuencias". La disciplina debe tener su fundamento en la enseñanza, en el crecimiento.
La mayor parte de las veces, lo que llamamos "mal comportamiento" no es más que hambre, sueño, curiosidad, necesidad de atención... Preguntarnos qué está pasando es el primer paso para comprender lo que ocurre en la mente de nuestros peques.
La segunda parte consiste en solucionar el problema en el que se encuentra el niño. ¿Cuántas veces ha terminado en un castigo o en un azote la falta de comprensión de lo que ocurre? Afortunadamente, cualquier situación, incluidas las más desafortunadas son una buena oportunidad para que los niños aprendan. Y, muy a pesar de nuestro desconocimiento sobre cómo funciona su mente en construcción, ellos aprenden.
Sin duda, es mucho más lento y complicado explicar al pequeño por qué no debe hacer algo que dar un azote o enviar a reflexionar, que, en realidad, no es ninguna reflexión o pensamiento sobre lo que ha hecho mal, sino una separación de la actividad grupal o familiar que estuviera realizando, porque la verdadera reflexión no requiere de esa separación, sino de lo que nosotros seamos capaces de explicarles y transmitirles.
El afecto, el cariño y el apoyo son los ingredientes fundamentales que deben acompañar las razones que damos al pequeño para que entienda las consecuencias de sus actos. No abandonemos con castigos, con rincones de pensamiento a nuestros hijos cuando no comprenden qué es lo que no deben hacer por su seguridad, por su protección o la de aquellos que le rodean.
Al final de esta obra, que encabeza nuestras reflexiones de hoy, se recogen veinte errores de disciplina que cometemos todos; errores que son el equivalente a las distorsiones cognitivas que veíamos el otro día. No olvidemos que disciplinar, adoctrinar no es más que mostrar el camino, dirigir, encaminar.
Miremos a nuestros peques desde sus ojos y sentiremos que conectamos con su modo de ver el mundo... solo así podremos explicarles cómo lo vemos nosotros, cómo funciona.
Generalmente, ante un mal comportamiento creemos que debemos reaccionar inmediatamente, sin plantearnos su origen, su razón de ser...
Pero, justamente, lo que nos recomiendan los autores de esta obra es preguntarnos por qué se produce ese comportamiento.
Lo primero que nos viene a la cabeza, casi de modo inconsciente, es que el pequeño "debería hacer esto o aquello", "debería portarse bien". Y estos pensamientos son tan absurdos como pensar que los árboles no deberían perder las hojas en otoño. Podemos pensar que las hojas manchan, que limpiarlas da mucho trabajo... o podemos imaginar que las hojas caídas son una extensión de la belleza viva y natural del árbol sobre la gris acera. Por ello, los niños se comportan como les indica su cerebro en formación, su curiosidad, su necesidad de experimentar y conocer... pero realmente ¿existe el mal comportamiento? Como dicen los autores, "en la naturaleza no hay castigos, solo consecuencias". La disciplina debe tener su fundamento en la enseñanza, en el crecimiento.
La mayor parte de las veces, lo que llamamos "mal comportamiento" no es más que hambre, sueño, curiosidad, necesidad de atención... Preguntarnos qué está pasando es el primer paso para comprender lo que ocurre en la mente de nuestros peques.
La segunda parte consiste en solucionar el problema en el que se encuentra el niño. ¿Cuántas veces ha terminado en un castigo o en un azote la falta de comprensión de lo que ocurre? Afortunadamente, cualquier situación, incluidas las más desafortunadas son una buena oportunidad para que los niños aprendan. Y, muy a pesar de nuestro desconocimiento sobre cómo funciona su mente en construcción, ellos aprenden.
Sin duda, es mucho más lento y complicado explicar al pequeño por qué no debe hacer algo que dar un azote o enviar a reflexionar, que, en realidad, no es ninguna reflexión o pensamiento sobre lo que ha hecho mal, sino una separación de la actividad grupal o familiar que estuviera realizando, porque la verdadera reflexión no requiere de esa separación, sino de lo que nosotros seamos capaces de explicarles y transmitirles.
El afecto, el cariño y el apoyo son los ingredientes fundamentales que deben acompañar las razones que damos al pequeño para que entienda las consecuencias de sus actos. No abandonemos con castigos, con rincones de pensamiento a nuestros hijos cuando no comprenden qué es lo que no deben hacer por su seguridad, por su protección o la de aquellos que le rodean.
Al final de esta obra, que encabeza nuestras reflexiones de hoy, se recogen veinte errores de disciplina que cometemos todos; errores que son el equivalente a las distorsiones cognitivas que veíamos el otro día. No olvidemos que disciplinar, adoctrinar no es más que mostrar el camino, dirigir, encaminar.
Miremos a nuestros peques desde sus ojos y sentiremos que conectamos con su modo de ver el mundo... solo así podremos explicarles cómo lo vemos nosotros, cómo funciona.
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