Nosotros escribimos el sistema educativo

     El siglo XX nos ha dejado un desarrollo tecnológico sin precedentes en la historia de la Humanidad, nos ha brindado comodidades, calidad de vida, mayor longevidad... pero ha relegado la individualidad humana a un segundo puesto. Vemos a los pequeños en los colegios haciendo el trenecito para entrar, casi como rebaños, ordenados, pegaditos a la pared, obedientes y todo ello parece estar bien: prepara a los niños para una sociedad pegada al tiempo, al concepto productivo de tiempo.

     No ha mucho, yo he conocido un concepto diferente de tiempo, un tiempo que no existe en la ciudad, el tiempo del campo, del pueblo de antaño, en el que uno se sentaba en la puerta de casa a ver pasar a los paisanos, aquellas personas que conoces desde que has nacido y que te conocen a ti desde que pululas por este mundo. He disfrutado de esa charla pausada, tranquila, intranscendente y, a la vez, cargada de verdad vital. He vivido ese jugar hasta aburrirme, para poder construir con el propio aburrimiento, otro juego.

     Mi última entrada, cuestionaba nuestros pensamientos, nuestros sentimientos ante los chicos que nos acompañan durante ese tiempo productivo de trabajo y, a pesar de que no deseo ser crítica con nadie, excepto conmigo misma, era necesaria, porque tenemos la responsabilidad de mirarnos a nosotros mismos, para poder mirar a aquellos de los que debemos ser guías, modelos, ejemplos... 

     Entender lo que pensamos y sentimos es la única manera de comprender cómo sienten y piensan nuestros alumnos y ayudarlos a mirar sus tareas de un modo positivo. El siglo XXI será forzosamente el siglo de la empatía, por necesidad, porque todos los sistemas educativos fallidos lo piden de viva voz. Pero mostrar a nuestros chicos por qué no desean escuchar, estudiar, aprender o atender no es una tarea fácil. Tenemos un enemigo mayor que las propias distorsiones cognitivas de las dos partes y es el tiempo. Dediquemos tiempo a lo que necesita tiempo como si este no existiera, porque, paradójicamente, eso nos lo ahorrará.

     Entramos en un aula y tenemos cincuenta minutos por delante, con suerte, doscientos minutos a la semana...  y un conjunto de conocimientos, de saberes, ahora, de capacidades, habilidades... que enseñar. Y ya no somos ese personaje respetado socialmente, sino, simplemente alguien que va y da clases, cobra exponencialmente mucho más de lo que trabaja y vive en unas eternas vacaciones. Ya no somos el sabio que todos llamaban "el maestro", aunque debamos serlo más que nunca, aunque trabajemos con mayor número de enemigos y complicaciones que nunca.

     No sé quién o dónde escriben unos textos legislativos que se van concretando hasta la minucia de las decisiones del Director de turno y, al final, los resultados siguen siendo mejorables... en nuestro caso, España, muy mejorables. ¿Por qué? Porque sea el siglo que sea, los seres humanos siempre seremos seres humanos y aunque exista la diosa Internet donde encontrarlo todo, los chicos necesitan alguien que les enseñe a encontrarse a ellos mismos, a descubrir qué aman hacer, qué pueden alcanzar y cuánta satisfacción encontrarán cuando averigüen, que pueden hacerlo todo siempre y cuando aprendan el método para comprender dónde están y adónde deben llegar.

     Lo siento, pido disculpas, yo no tengo más información que Internet, probablemente ninguno de nosotros, pero estoy ahí cada mañana, para ayudar a comprender qué es lo que importa saber, cómo saberlo y para qué le servirá en su vida. Sí, para qué le servirá en su vida. Durante años he oído a mis propios profesores comentar que lo que se estudia, se estudia y no hay que plantearse para qué. Lo siento, creo que todo lo que hacemos en el precioso tiempo de nuestras vidas, sea lo que sea, debe tener un por qué y un para qué. Hoy día les dicen a la gente de la ciudad que es muy bueno para el cerebro realizar una actividad que se llama "meditar," vaya, aquello que parecía en el pueblo llamarse "perder el tiempo".

     Por ello, volvamos al origen, sentémonos en círculo, para encontrar lo que debemos aprender, de un modo asociativo, con nuestros alumnos, junto al fuego, como personas que se apoyan y necesitan porque yo sé lo que quiero que sepan, pero, es posible que ellos sepan enseñarme qué necesitarán en el mundo en el que vivirán y trabajarán dentro de 20, 30 o 50 años.

     Dedica tiempo a conocer a tus alumnos, sus anhelos, sus deseos, sus sueños, y ayúdales a relacionar todo lo que tú quieres que sepan con su propia vida... enseñar necesita de aprender, no seas el profesor de tus alumnos, sé el director de su tesis, la tesis de sus objetivos de trabajo y aprendizaje porque, manque les pese a algunos, en esos sagrados cincuenta minutos tú y ellos, ellos y tú construís el verdadero sistema educativo.


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