Pensar y memorizar...


 
Foto de Alexis Brown

     En mi última entrada cité de pasada este magnífico trabajo del profesor Daniel T.  Willingham, que estudió Psicología cognitiva en Harvard y trabaja en la actualidad en la Universidad de Virginia. Su trabajo fundamental se centra en el aprendizaje y la memoria.




     Justamente, al abordar el tema de la comprensión lectora, tocábamos de pasada el tema de la reflexión. El profesor Willingham nos explica que no estamos diseñados para reflexionar, para razonar, como indicábamos al comienzo de este blog, somos visión y movimiento. Los procesos de razonamiento y reflexión debe estar muy adaptados al punto del que partimos o en el que nos encontramos. Construir en nuestro razonamiento o reflexión es, pues, una actividad que requiere un gran esfuerzo. Según el profesor Willingham, reflexionar es "lento", requiere "concentración" y "no es automático", como otras actividades que realizamos.

     ¿Cuál es la solución a la reflexión? Pues, la memoria. Esa denostada capacidad, que parece hacernos, más autómatas, más máquinas y menos humanos... es justamente, el auxilio al razonamiento y la reflexión eficaz. La memoria nos sirve para automatizar, por ejemplo, muchas de las decisiones que tomamos a lo largo del día.

     La recompensa que recibimos al razonar con éxito es lo que estimula que deseemos, a pesar del esfuerzo, seguir pensando y descubriendo, junto con nuestra innata capacidad de curiosear. Nos mueve la recompensa, pero ¿qué pasa ese primer día de clase en el que decidimos que no tenemos ninguna posibilidad de aprobar con aquel estricto profesor? ¿qué pasa cuándo no han logrado captar nuestra atención ninguno de los temas del libro de ciencias? ¿Qué pasa si creemos que leer es la última actividad que nos puede o debe apetecer en la vida? Sin duda, debemos hablar con nuestros chavales y contestar a todas y cada una de estas preguntas, que son, en unos casos distorsiones cognitivas y, en otros, manifestaciones de las carencias o necesidades de nuestros chicos.

     A lo largo de algunos años, he realizado pruebas de velocidad lectora y velocidad eficaz de lectura a mis alumnos y es curioso, por no decir, revelador que aquellos alumnos que presentaban peores resultados en los test, eran los que menos interés mostraban en leer y realizar actividades que implicaran la lectura. Si leer supone un esfuerzo tan grande y, además, no se comprende lo que se lee, siguiendo lo que acabamos de ver con las investigaciones del Dr. Willingham, es normal y comprensible que el alumno rehuya esas tareas. Es necesario que el alumno tenga cierto conocimiento de lo que va a leer y que le emocione, por supuesto. Pero mucho antes de todo ello, es necesario que el alumno haya aprendido a leer correctamente. 

     El aprendizaje, el razonamiento, la comprensión lectora, al final, son caras de un mismo dado que funcionan con presupuestos básicos similares: la motivación, la recompensa, la accesibilidad a la tarea planteada... Pero, sobre todo, no debemos olvidar la importancia de la memoria y de lo almacenado en nuestra memoria a largo plazo para poder tener acceso a lo nuevo. Podemos avanzar siempre desde el punto del que partimos y la estación de la que salimos está construida con los ladrillos de lo que sabemos, de lo que tenemos almacenado, memorizado... pero en el buen sentido de la palabra, "memorizado", no como lo repetido para un evento como un examen, sino aquello que forma parte de nuestro conocimiento, como nuestro nombre o nuestra película favorita.



     Aprender es encontrar la razón para sentir que nos dará una satisfacción, al igual que leer. Ofrezcamos siempre tareas que representen satisfacciones presentes y futuras para nuestros chicos; ayudémosles a encontrar su punto de partida; no les abandonemos en el camino hacia el logro y enseñémosles que en su tarea, sea la que sea, siempre hay una amigo fiel, cómplice de su aprendizaje y de su viaje por la vida, que somos nosotros y la lectura.   

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